El texto aragonés del Carnaval de Torla – Ordesa habla de un grandioso animal que, cada año, baja de la montaña hasta la poblacion, donde es capturado, exhibido y posteriormente sacrificado. Pero, ¿a qué animal se refiere nuestro carnaval? Todo cuanto conocemos acerca de la simbología del carnaval pirenáico apunta de inmediato a un claro candidato: el onso. En efecto, este plantígrado pirienaico protagoniza todavía el más genuíno de los carnavales aragoneses, el de Bielsa. En el vecino valle el personaje del oso es paseado en cautividad por la villa. Personajes similares que se cubren con pieles y se registran, ademñas de en ése y en el nuestro de Torla – Ordesa, en Plan o en el perdido carnaval de Jánovas. En el valle navarro de Arizkun un hombre disfrazado de oso es también paseado, y con cadenas. Un personaje muy similar aparece también más al oeste de la península, en el carnaval de Salcedo (Lugo).
A lo largo y ancho del mundo se realizan celebraciones asociadas al oso, desde nuestra península hasta Laponia y Sibera, pasando por Austria o Rumanía, por citar tan solo algunos lugares. Entre los ainu de Sakhalina (Japón), hay una costumbre que presenta asombrosas similitudes con nuestro carnaval. Allí es un oso real quien es paseado por toda la aldea, se le hace entrar de choza en choza, se le dan alimentos, para finalmente ser sacrificado. Los estudios antropológicos relacionan la presencia del oso con el final del invierno, cuando el animal abandona el letargo y, en consencuencia, con el despertar de las fuerzas generadoras de la naturaleza en la primavera. La antropóloga Josefina Roma asocia el oso con el inframundo de los muertos, del que el plantígrado, que regresa tras el sueño-muerte de la hibernación, sería el custodio de sus almas. Una simbología de muerte y regeneracion recurrente en todas las tradiciones, en las que siempre se mantiene el mismo fondo simbólico y tan solo cambia la forma, como sucede en el mito helénico el que Démeter hace subir períodicamente a Perséfonedel cautivo de Hades y aparece el tiempo de primavera. En nuestra Europa cristiana este símbolo vuelve a aparecer en el cristianismo, en la Semana Santa y la Pascua de Resurrección, que viene a coincidir con la primera luna llena de primavera. En todo carnaval que presente la tipología del torlés estaríamos, por consiguiente, ante este arquetipo de regeneración tras el invierno, que expresaban creencias anteriores a la instauración del cristianismo, y que éste ha hecho perdurar.
Parece entonces que el extraño animal del Carnaval de Torla – Ordesa no puede ser más que un oso, aunque en ningún momento el texto se refiera a ese plantígrado. Según recordaba el padre de Ramón de Lamorena a él, el último onso de Ordesa fue cazado en la cueva de Frachinal. Recordamos topónimos como la Fabeta de l’onso o Paso de l’onso en el valle de Bujaruelo, existiendo también un Paso de l’onso en Buesa. Habla de un grandioso animal, que es leyenda, que se cuenta que existió. El personaje disfrazado de carnval torlés es un trasunto suyo y… ¿Qué otro animal hay que represente la morfología asociable a la que relata el carnaval? Ninguno.
No obstante, la no declarada identificación con un oso nos da pie a especular acerca de otros hipotéticos candidatos, ciertamente improbables. En una ocasión irrepetible para referirnos a mitos y leyendas que, tal vez, se hayan entremezclado en el momento de crear en el imaginario coletivo torlés el peculiar animal protagonista de su carnaval.
Todavía se podría pensar en un segundo personaje: la criatura salvaje. En los relatos de transmisión oral recogidos por diversas regiones, y que también aparecen en nuestra comarca, no acaba de quedar claro la naturaleza: para unos se trata de un hombre salvaje, pero para otros sería un ser de aspecto homínido. No olvidemos, de todas formas, que el oso, erecto sobre sus patas, adquiere un aspecto atropomórfico y que nuestras montañas están llenas de leyendas que humanizan al oso o relacionanan al hombre con este plantígrado, como el popular cuento de Juan el Oso. Las leyendas que ponen en relación hombre y oso no son pocas, también las montañas de Cantabria existe la historia de la Osa de Andara, de base histórica: una mujer-osa de los Picos de Europa, de quien se cuenta que devoraba sarrios crudos. Se cree -se dice- que en realidad se trataba de una pastora de Bejes, nacida a principios del XIX, a que llamaban «La Osa», por tener todo el cuerpo cubierto pelo. Pero no todos los hombres salvajes de las leyendas son siempre identificables con el oso. Existen viejos mitos que explicarían igualmente un animal de características fabulosas como las que nos relata nuestro romance. No sería improbable entonces que algún recuerdo residual haya intervenido, como se ha dicho, en cierta medida a conformar determinadas características de la criatura torlesa.
En los Pirineos de Ariege existe la leyenda del Óme pelut o Iretge, que vivía en cuevas hasta el siglo XIII. En el valle catalán de Núria, y zonas del Pirineo Oriental se narra la leyenda de unos seres denominados Simiots. En el Alto Aragón existen numerosas leyendas locales de este «hombre salvaje». R.J. Sender refiere lo más occidental de ellas, la del Home Grandizo de la Val d’Osera, pero también hay constancia de un Hombre Choto en Canciás, en la Guarguera, por no hablar de Chuan Ralla o el Silván sobrarbenses. Si bien este último nos remite de manera mas que diáfana a la deidad campestre exportada por los legionarios romanos, Silvanus, cuya versión prerromana es, sin duda, el Basajaun vasco, ambos viniendo a significar lo mismo: «El señor del Bosque». Así pues, las diversas historias sobre homínidos salvajes no serían más que la memoria folklórica de los faunos y sátiros que poblaban la naturaleza en las creencias precristianas. Una variante de dicho arquetipo, el mito del gigante de los bosques, cuyo ejemplo más conocido es el homérico Polifemo, también aparece en nuestras montañas y, quizás, pudiera tener también relación con algunas leyendas aragonesas mencionadas. Relatos sobre gigantes perviven todavía en valles vecinos como el Tantugou del valle de Louron (Cominges) o el gigante Mandrónius que habitaba en Betlan (valle de Arán) y que según cuentan luchó contra los romanos. Mito que se muestra muy semejante al de Goliat. No olvidemos que ya en la Biblia se habla de los Nefilim, «los caídos», un pueblo muy antiguo de titanes.
En muchos casos estas leyendas tienen una explicación mas pausible: se trata de las historias de hombres tomados por animales, los conocidos relatos de niños asilvestrados. Volvemos, como se ve, a la relación hombre-animal, ora oso, ora lobo, como en el mito fundacional de Roma de Rómulo y Remo. Entre estos casos de humanos asilvestrados, el más próximo y difundido es el famoso caso del niño salvaje visto en numerosas ocasiiones por el bosque y que aparentaba tener unos doce años, que apareció en enero de 1800 en las afueras de Saint-Sernin, en el departamento francés de Aveyron. Hay documentación de otros muchos casos de niños asilvestrados: Peter, de Hannover, en 1724, de trece años; Tomko, de Hungría 1767, de edad desconocida; Gaspar Hauser, de Nuremberg (Alemania) en 1828, diecisiete años; el llamado Niño-Lobo de Sekandra (India), en 1872, de seis años; Kamala, de Midnapur (India), en 1929, de ocho años…. hasta una veintena. Pero nuestra historia, desde luego, nada tiene que ver con estos episodios poco comunes, si bien podría haber originado localmente alguna leyenda tras el paso de los años.
Por útimo, todavía existe una teoria más descabellada, puesto que o falta quienes piensan que dichas leyendas de hombres salvajes, ocultos en los bosques, tienen una base real, que no serían sino el recuerdo ancestral de la presencia de las últimas poblaciones Neandrentales, la especia autóctona de nuestro continente, que hasta hace 28.000 años habitaron estas tierras. Todas estas historias recuerda al famoso hombre salvaje del Himalaya y la meseta de Pamir, que recibe diversos nombres pero que en Occidente se ha popularizado con el de Yeti. Hombre salvaje que también aparece en los relatos de los aborígenes australianos, que lo denominan Yowui, y en los habitantes de la región de Kerinci (Sumatra) que hablan del Oran Pendek «pequeño hombre», un homínido que períodicamente saquea sus cosechas, o en los pueblos masaii y kikuyos de Kenia que relatan historias de gire y de agogwe, seres semihumanos cubiertos de vello que caminan sobre dos piernas. Es evidente que en la mayoría de estos relatos, que se cuentan como algo vivido, visto, no como leyendas, debe recurrirse a la presencia de algún tipo de gran simio no catalogado por la ciencia, si bien hay un elemento común que desconcierta en todas estas historias y es que todos ellos caminan erguidos. Algo impropio de los simios, pues solo algunos lo hacen de forma breve.
Sea como fuere, la identidadel extraño animal del Carnaval torlés no estará nunca clara del todo. La explicación simbólica del oso es la mas razonable. El animal encarna un arquetipo que se renueva de forma cíclica. Aunque no se puede descartar que diversas leyendas como alguna de las apuntadas, se hayan entrecruzado puesto que el mito del hombre salvaje también es conocido por aquí con las denominaciones Golagután -orangután- y su ayudante Carrilla aplicada a una criatura que habitaba en el valle de Ordesa y que podría igualmente haber intervenido en el imaginario colectivo expresado en el romance del carnaval torlés. Probablemente en estos relatos resida la clave de nuestro enigma, pero la leyenda está desapareciendo con los últimos mayores que la oyeron relatar junto al fogaril.
A lo largo y ancho del mundo se realizan celebraciones asociadas al oso, desde nuestra península hasta Laponia y Sibera, pasando por Austria o Rumanía, por citar tan solo algunos lugares. Entre los ainu de Sakhalina (Japón), hay una costumbre que presenta asombrosas similitudes con nuestro carnaval. Allí es un oso real quien es paseado por toda la aldea, se le hace entrar de choza en choza, se le dan alimentos, para finalmente ser sacrificado. Los estudios antropológicos relacionan la presencia del oso con el final del invierno, cuando el animal abandona el letargo y, en consencuencia, con el despertar de las fuerzas generadoras de la naturaleza en la primavera. La antropóloga Josefina Roma asocia el oso con el inframundo de los muertos, del que el plantígrado, que regresa tras el sueño-muerte de la hibernación, sería el custodio de sus almas. Una simbología de muerte y regeneracion recurrente en todas las tradiciones, en las que siempre se mantiene el mismo fondo simbólico y tan solo cambia la forma, como sucede en el mito helénico el que Démeter hace subir períodicamente a Perséfonedel cautivo de Hades y aparece el tiempo de primavera. En nuestra Europa cristiana este símbolo vuelve a aparecer en el cristianismo, en la Semana Santa y la Pascua de Resurrección, que viene a coincidir con la primera luna llena de primavera. En todo carnaval que presente la tipología del torlés estaríamos, por consiguiente, ante este arquetipo de regeneración tras el invierno, que expresaban creencias anteriores a la instauración del cristianismo, y que éste ha hecho perdurar.
Parece entonces que el extraño animal del Carnaval de Torla – Ordesa no puede ser más que un oso, aunque en ningún momento el texto se refiera a ese plantígrado. Según recordaba el padre de Ramón de Lamorena a él, el último onso de Ordesa fue cazado en la cueva de Frachinal. Recordamos topónimos como la Fabeta de l’onso o Paso de l’onso en el valle de Bujaruelo, existiendo también un Paso de l’onso en Buesa. Habla de un grandioso animal, que es leyenda, que se cuenta que existió. El personaje disfrazado de carnval torlés es un trasunto suyo y… ¿Qué otro animal hay que represente la morfología asociable a la que relata el carnaval? Ninguno.
No obstante, la no declarada identificación con un oso nos da pie a especular acerca de otros hipotéticos candidatos, ciertamente improbables. En una ocasión irrepetible para referirnos a mitos y leyendas que, tal vez, se hayan entremezclado en el momento de crear en el imaginario coletivo torlés el peculiar animal protagonista de su carnaval.
Todavía se podría pensar en un segundo personaje: la criatura salvaje. En los relatos de transmisión oral recogidos por diversas regiones, y que también aparecen en nuestra comarca, no acaba de quedar claro la naturaleza: para unos se trata de un hombre salvaje, pero para otros sería un ser de aspecto homínido. No olvidemos, de todas formas, que el oso, erecto sobre sus patas, adquiere un aspecto atropomórfico y que nuestras montañas están llenas de leyendas que humanizan al oso o relacionanan al hombre con este plantígrado, como el popular cuento de Juan el Oso. Las leyendas que ponen en relación hombre y oso no son pocas, también las montañas de Cantabria existe la historia de la Osa de Andara, de base histórica: una mujer-osa de los Picos de Europa, de quien se cuenta que devoraba sarrios crudos. Se cree -se dice- que en realidad se trataba de una pastora de Bejes, nacida a principios del XIX, a que llamaban «La Osa», por tener todo el cuerpo cubierto pelo. Pero no todos los hombres salvajes de las leyendas son siempre identificables con el oso. Existen viejos mitos que explicarían igualmente un animal de características fabulosas como las que nos relata nuestro romance. No sería improbable entonces que algún recuerdo residual haya intervenido, como se ha dicho, en cierta medida a conformar determinadas características de la criatura torlesa.
En los Pirineos de Ariege existe la leyenda del Óme pelut o Iretge, que vivía en cuevas hasta el siglo XIII. En el valle catalán de Núria, y zonas del Pirineo Oriental se narra la leyenda de unos seres denominados Simiots. En el Alto Aragón existen numerosas leyendas locales de este «hombre salvaje». R.J. Sender refiere lo más occidental de ellas, la del Home Grandizo de la Val d’Osera, pero también hay constancia de un Hombre Choto en Canciás, en la Guarguera, por no hablar de Chuan Ralla o el Silván sobrarbenses. Si bien este último nos remite de manera mas que diáfana a la deidad campestre exportada por los legionarios romanos, Silvanus, cuya versión prerromana es, sin duda, el Basajaun vasco, ambos viniendo a significar lo mismo: «El señor del Bosque». Así pues, las diversas historias sobre homínidos salvajes no serían más que la memoria folklórica de los faunos y sátiros que poblaban la naturaleza en las creencias precristianas. Una variante de dicho arquetipo, el mito del gigante de los bosques, cuyo ejemplo más conocido es el homérico Polifemo, también aparece en nuestras montañas y, quizás, pudiera tener también relación con algunas leyendas aragonesas mencionadas. Relatos sobre gigantes perviven todavía en valles vecinos como el Tantugou del valle de Louron (Cominges) o el gigante Mandrónius que habitaba en Betlan (valle de Arán) y que según cuentan luchó contra los romanos. Mito que se muestra muy semejante al de Goliat. No olvidemos que ya en la Biblia se habla de los Nefilim, «los caídos», un pueblo muy antiguo de titanes.
En muchos casos estas leyendas tienen una explicación mas pausible: se trata de las historias de hombres tomados por animales, los conocidos relatos de niños asilvestrados. Volvemos, como se ve, a la relación hombre-animal, ora oso, ora lobo, como en el mito fundacional de Roma de Rómulo y Remo. Entre estos casos de humanos asilvestrados, el más próximo y difundido es el famoso caso del niño salvaje visto en numerosas ocasiiones por el bosque y que aparentaba tener unos doce años, que apareció en enero de 1800 en las afueras de Saint-Sernin, en el departamento francés de Aveyron. Hay documentación de otros muchos casos de niños asilvestrados: Peter, de Hannover, en 1724, de trece años; Tomko, de Hungría 1767, de edad desconocida; Gaspar Hauser, de Nuremberg (Alemania) en 1828, diecisiete años; el llamado Niño-Lobo de Sekandra (India), en 1872, de seis años; Kamala, de Midnapur (India), en 1929, de ocho años…. hasta una veintena. Pero nuestra historia, desde luego, nada tiene que ver con estos episodios poco comunes, si bien podría haber originado localmente alguna leyenda tras el paso de los años.
Por útimo, todavía existe una teoria más descabellada, puesto que o falta quienes piensan que dichas leyendas de hombres salvajes, ocultos en los bosques, tienen una base real, que no serían sino el recuerdo ancestral de la presencia de las últimas poblaciones Neandrentales, la especia autóctona de nuestro continente, que hasta hace 28.000 años habitaron estas tierras. Todas estas historias recuerda al famoso hombre salvaje del Himalaya y la meseta de Pamir, que recibe diversos nombres pero que en Occidente se ha popularizado con el de Yeti. Hombre salvaje que también aparece en los relatos de los aborígenes australianos, que lo denominan Yowui, y en los habitantes de la región de Kerinci (Sumatra) que hablan del Oran Pendek «pequeño hombre», un homínido que períodicamente saquea sus cosechas, o en los pueblos masaii y kikuyos de Kenia que relatan historias de gire y de agogwe, seres semihumanos cubiertos de vello que caminan sobre dos piernas. Es evidente que en la mayoría de estos relatos, que se cuentan como algo vivido, visto, no como leyendas, debe recurrirse a la presencia de algún tipo de gran simio no catalogado por la ciencia, si bien hay un elemento común que desconcierta en todas estas historias y es que todos ellos caminan erguidos. Algo impropio de los simios, pues solo algunos lo hacen de forma breve.
Sea como fuere, la identidadel extraño animal del Carnaval torlés no estará nunca clara del todo. La explicación simbólica del oso es la mas razonable. El animal encarna un arquetipo que se renueva de forma cíclica. Aunque no se puede descartar que diversas leyendas como alguna de las apuntadas, se hayan entrecruzado puesto que el mito del hombre salvaje también es conocido por aquí con las denominaciones Golagután -orangután- y su ayudante Carrilla aplicada a una criatura que habitaba en el valle de Ordesa y que podría igualmente haber intervenido en el imaginario colectivo expresado en el romance del carnaval torlés. Probablemente en estos relatos resida la clave de nuestro enigma, pero la leyenda está desapareciendo con los últimos mayores que la oyeron relatar junto al fogaril.